Freddy Quezada el intelectual desaparecido por el régimen por ridiculizar “la pasarela de los presos políticos”

A Somoza le pareció subversivo y también lo apresó. Nunca se definió como sandinista, sino como de “izquierda pura” y cuando los universitarios se alzaron en 2018 supo de inmediato cuál era el lado correcto de la historia. La última vez que se dirigió al régimen Ortega-Murillo, le llamó “dictadura mentirosa, cabeza de zorro”. Desde entonces ningún familiar ha podido verlo.

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Freddy Quezada en una ilustración de DESPACHO 505.
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Despacho 505
  • julio 25, 2024
  • 08:56 AM

Los familiares de Freddy Quezada no pueden ni imaginarse cuanto sufre el intelectual de 66 años en una cárcel del régimen de Daniel Ortega, acostumbrado en libertad a siempre tener a su diestra una taza de café bien cargado y casi hirviendo, un libro con más de un separador y lápiz y papel con anotaciones que solo él puede descifrar. La crueldad de Daniel Ortega es tal, que nada de eso les permite a sus presos políticos.  

En la casa de Quezada nadie cree lo que él vive ahora. Saben que el carcelero del intelectual pasó siete años en una prisión y su mamá que en paz descansa, doña Lidia Albertina Saavedra, pasó esos mismos siete años sufriendo lo que implica tener a un hijo en prisión por pensar diferente a un dictador. Han leído de sus quejas impresas en periódicos de ayer donde ella denunció la brutal forma con la que su hijo, el mayor, fue tratado en la cárcel “La Modelo” a dónde había llegado por oponerse al tosco régimen de la familia Somoza. 

Pero ahora, más de 45 años después, el expreso político no solo es él dictador, se ha convertido en un carcelero igual o peor a Somoza. Uno que ha demostrado una inhumanidad tal que apresó excompañeros de armas, a gente que puso el pellejo para sacarlo a él de los barrotes y para nada le tembló la voz al ordenar a sus represores que fueran también contra su hermano de sangre, el general en retiro Humberto Ortega. Creen los familiares de Quezada, que doña Lidia Albertina, debe revolverse en su tumba al conocer de esa y las demás barbaries del hijo que tantas lagrimas le sacó entre 1967 y 1974, los años que estuvo en prisión.  

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La familia de Quezada, tampoco entienden a la esposa del dictador. Una mujer que habla de amor y de Dios todos los días en su cadena de radio y televisión. Recita sobre un país, que dice es Nicaragua y donde según ella, todos viven felices. Además, le agradece a la Divina Providencia por lo bien que le va a ella y a los suyos, mientras justifica la responsabilidad compartida con su esposo por 355 asesinatos de ciudadanos opositores. Ella y él, mantienen a 187 ciudadanos en sus cárceles, entre ellos al profesor Quezada, a quien su familia no ve desde hace ocho meses. 

Preso en tiempos de Somoza y ahora 

Quienes conocen a Freddy Quezada saben que la dictadura de Ortega y Murillo, tiene entre sus barrotes a uno de los intelectuales más prominentes del país, un filósofo, sociólogo, formador de varias generaciones de comunicadores de la Universidad Nacional Autónoma de Managua, Unan, de sociólogos de la  confiscada Universidad Centroamericana, UCA, de especialistas en marketing de la Universidad Americana, UAM y de expertos en ciencias políticas de lo que antes fue la Universidad Politécnica, Upoli. 

“Era un profesor brillante, con una clase y un estilo de enseñanza que hacía que dos horas de cátedra se sintieran como diez minutos”, dice un exalumno de la desaparecida Upoli y que en Managua, trabaja para una oficina de marketing y publicidad de una compañía trasnacional. “Duele saber de su secuestro”, se lamenta.

Quezada no es solo una voz más de entre miles, que en el país se negaron a callar los desmanes de esta dictadura y la encaró de frente, sin ocultar nombre ni cara. Es un hombre que sabe de historia y tiene la suya en la que si uno indaga, encuentra que las veces que creyó debía arriesgarlo todo por la razón y las ideas contra un poder irracional, lo hizo, como lo hizo recientemente contra la pareja de septuagenarios que ordenó contra él secuestro y lo mantiene hasta la fecha en condición de desaparecido. 

No se sabe ya si a Ortega y a Murillo les sigue molestando que se diga que cada vez más se parecen a la familia Somoza, pero lo que hacen no permite pensar en otra cosa. Una costura en esta larga tela, es lo que pasa con Quezada. Antes que al profesor le estallaran las canas, por ejemplo, fue secuestrado por la Guardia Nacional de Somoza en los primeros meses de 1979, la primera desaparición forzosa que solo acabó cuando fue dejado libre, golpeado por sus verdugos y con una otitis que desde entonces se le volvió crónica. 

Los apuntes dispersos sobre su vida señalan que el desaparecido Cardenal Miguel Obando, acompañó a su madre a varios cuarteles en busca de conocer su paradero. No le permitió Somoza a la madre desesperada saber si su hijo vivía, como tampoco hoy, no les permite Ortega a sus hijas y a su esposa, saber en qué condiciones se encuentra el sociólogo, aunque la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, (CIDH), haya emitido en diciembre pasado a su favor, medidas cautelares ante “la situación de gravedad y urgencia de riesgo de daño irreparable” debido a las inadecuadas condiciones de su  detención. 

“Es un hombre de edad, con diabetes y glaucoma. No es humano tenerlo en una cárcel”, se queja Adriana Quezada, su hija, quien dice a DESPACHO 505 que la familia no ha tenido paz desde aquel 29 de noviembre del año pasado, que policías del régimen rodearon su casa en el barrio El Pilar de Managua y se lo llevaron, esta vez por órdenes de otro dictador: Daniel Ortega.   

Quezada, el rebelde “Uliteo”  

El excatedrático, es un sociólogo considerado para muchos un irremediable intelectual, que siempre “hacía un tratado” de cada cuestión de la vida. Un irreverente que desarticulaba el engaño de un mal discurso y el montaje de imágenes, con la razón, de “pluma filosa” y capaz de herir mortalmente con las 27 letras del abecedario. 

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Libros y ensayos por montón soportan la larga hoja de vida académica de Quezada. Es también el creador del blog  “El Uliteo”, la página virtual que el mismo describe como “la página de nadie (Ulises) y de todos (Proteo) y cuyo nombre tiene sus orígenes en la fusión de los nombres de estos personajes de novelas griegas. En el, se hayan los últimos ensayos del intelectual sobre política, sociología y todo tipo de asuntos mortales y divinos de la Nicaragua de este tiempo.     

Detrás del tipo peinado a voluntad, de partido en medio y de bigote tipo “chevron”, el régimen de Ortega y Murillo, igual que el de Somoza del 79, vio una mente más que subversiva, libre, en un país donde él exguerrillero ahora mutado a dictador y su esposa, quieren ponen los límites al pensamiento y las palabras. 

“Mi papá nunca ha callado lo que piensa, aunque eso le traiga problemas”, argumenta Adriana, en un intento por justificar al padre preso. “Muchas veces le advertimos del peligro de pensar en voz alta en Nicaragua, pero él creía que a costa de lo que sea, se debe ser libre de pensamiento y palabra”, agrega. 

Ni a ella ni a su familia, menos a quienes compartieron aulas con el sociólogo, les sorprende la decisión de Quezada de desafiar la represión bajo la que vive el país.  “No pudo ser de otra manera”, dice un catedrático que lo conoce. “Es Freddy haciendo lo que mejor supo hacer; analizar, exponer la verdad, enseñar, educar, apostar por el pensamiento crítico que en este país quieren matar”, agrega indignado al recordar el post en su red social que llevó al intelectual a la cárcel. 

En el, Quezada criticó que la dictadura haya intentado mostrar al obispo Rolando Álvarez, su prisionero político, como un hombre feliz con su condición de privado de libertad, vestido con uniforme de transgresor, comiendo y departiendo con sus parientes. “La dictadura tuvo presas a 222 personas que luego se vio obligada a excarcelar y expatriar (a Estados Unidos). Todas han contado su experiencia y las escenificaciones que sufrieron”, escribió el sociólogo.  

Lo que agregó después, hizo pedazos la arquitectura del mensaje ideado por la dictadura.  “¿Cómo cree, ahora, esa dictadura cabeza de zorro (mentirosa) que alguien le creerá esa “mise à scene” (puesta en escena) del obispo Rolando Álvarez?”, se preguntó. Y claro. Eso desató la furia de los represores que 24 horas después rodearon su casa. Civiles armados y uniformados de la policía del régimen, la asaltaron, la revolvieron toda y se lo llevaron a él, sin que hasta ahora alguien que no sean sus carceleros, lo hayan visto vivo.  

Acusado y enjuiciado en la oscuridad

Adriana es la menor de las hijas del profesor Quezada y una voz autorizada para hablar del lado menos conocido del sociólogo. “Siempre fue un buen padre”, dice. “Cariñoso. No merece, como no lo merece ningún ser humano, estar privado de su libertad por no compartir las ideas de otra persona”, alega.

Describe al sociólogo como un hombre de vida simple. Alguien que siempre fue feliz entre libros, un padre querido por sus dos hijas, que debería estar viviendo de su pensión, asistiendo al médico con frecuencia para atenderse la diabetes y un par de padecimientos crónicos propios de su edad. Pero no. Ortega y Murillo lo han desaparecido y desde hace ocho meses, ningún familiar lo ha visto, ni hablado con él.  “No podemos ni imaginarnos lo difícil que ha sido para él estar ahí, injustamente preso”, critica Adriana. 

Contó a DESPACHO 505, las idas y venidas de su familia para poder saber de él, más de una gestión que ninguna autoridad dio trámite, pese a que la ley los obligaba. Relató que el mismo día de su detención, les informaron que sería trasladado a la delegación del Distrito Tres de Managua, pero ahí mismo lo negaron. 

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Al día siguiente en la mañana le llevaron comida. El hecho de habérselas recibido les transmitió algo de alivio, pues les daba la certeza de un paradero.  Pero ese día solo traería unas horas de sosiego, porque en la tarde, serían informados que había sido traslado y que no había información disponible sobre el destino. Despuntaba para el sociólogo y su familia, un diciembre para nada frio, más bien triste y desolador. 

El 5 de ese mes, los jueces del régimen botaron un Recurso de Exhibición Personal que introdujo la familia para saber de él. “Ninguna oficina gubernamental, ningún funcionario respondía, todo esfuerzo fue inútil. Se siguió todos los pasos legales posibles y nada, es la fecha y no lo hemos visto, no sabemos cómo está, si come, si toma sus medicinas, nada. Eso no es humano”, critica Adriana. 

Este año no comenzó con buenas noticias para el profesor Quezada ni su familia.  En enero, conocieron que el sociólogo iría a juicio el 24 de ese mes, acusado de “incitar al odio”. Los represores de Nicaragua no dejan de sorprender y suelen superar sus propios niveles de crueldad. Quezada no solo no tuvo un juicio justo, ni contó con defensa, además ni siquiera tuvo un juicio. 

Fue puesto frente a una computadora y en una videollamada un juez del régimen le leyó los cargos, le enumeró las pruebas en su contra y lo declaró culpable. Así de fácil. Constitución, Código Procesal Penal y Código Penal hecho añicos de un solo tirón.        

En medio de la tempestad, la familia tuvo la esperanza de que condenado entraría a un régimen carcelario en el que le sería permitido visitas. Pero tampoco ha sido así.   Sigue en condición de desaparecido. “Se han ensañado con él, no lo entendemos. En vez de respuestas conocimos que hombres del gobierno han buscado a mi mamá que era la que gestionaba conocer de él. Ahora ella también ha tenido que irse al exilio”, denunció Adriana. 

Del lado correcto de la historia                     

Freddy Antonio Quezada nació en Managua el 21 de marzo de 1958.  Desde muy joven se enamoró de los libros y fue para su madre un estudiante ejemplar, dedicado y de calificaciones envidiables. Fue tan bueno, que él mismo decía que no supo en que momentos terminó la secundaria para ir a la universidad. 

El chico brillante quiso primer ser ingeniero, pero su entusiasmo por una carrera plagada de números y formulas, “ceñida a las métricas” terminaría pronto. Coqueteó también con el derecho, pero no pudo resistirse a la sociología. Se miró convencido que era lo suyo cuando descubrió que la ciencia busca explicar todo lo que sus ojos podían ver. “Eso es lo que quizás defina a mi padre, no calla, es inconforme, inquieto quiere saber y poder explicar lo que ve y lo que no”, explica Adriana. 

Sobre su pensamiento político, solía declararse un hombre de “la izquierda pura”. El levantamiento social de 2018 lo encontró en las aulas universitarias de la Unan  y no dudó en ponerse del lado de sus estudiantes. “Era de esperarse, él se integró a la rebelión contra Somoza como estudiante universitario, solía comparar aquel momento con este. Los estudiantes en las calles, frente a una dictadura otra vez”, rememoró Quezada. “Y claro los apoyaba”. 

Los comisarios orteguistas que controlan las universidades no perdonaron sus posturas. Las autoridades de la Unan-Managua lo despidieron y muy pronto también saldría de la Upoli, pero solo lograron que el sociólogo arreciara sus críticas. Hizo las analogías de la represión de Somoza contra jóvenes de aquella época como él y la que sufrieron los alzados de abril de hace seis. 

A Quezada no le fue difícil concluir que la historia se repetía. Lo supo entonces en 2018 y lo sabe ahora que otra vez, 45 años más tarde otro dictador ordena su secuestro y lo mantiene en la cárcel, incomunicado porque le teme a su mente brillante, “subversiva” como lo llamó Somoza. 
 

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